sábado, 22 de diciembre de 2012

DE FILIPINAS a AMÉRICA DEL SUR: Los rostros de la pobreza y la miseria en el MUNDO

“…Es el sino del pueblo: trabajar nada más. Que el sol queme la herida de la vida en sus frentes y en basura y miseria mueran los inocentes, enterrados con lágrimas de los que piden pan, sobre ricas montañas y sobre un rico mar”
.
Con estas frases un cantautor latinoamericano se lamentaba de la difícil coyuntura económica y social de su nación. Gentes sufriendo y llorando su situación, mientras siguen parados sobre una tierra rica y promisoria; fértil y prolífica que solo espera unas manos que la engendren. Personas que, en su mayoría, siguen tratando de mal-copiar modelos foráneos que los mantienen en la pobreza y la sumisión y que les impiden ver la grandeza del momento social, cultural y económico que están viviendo. En el presente artículo trataré de darle imagen a la pobreza y la miseria de algunos pueblos poniéndoles rostro y delineando algunas circunstancias que son comunes en todos los sitios de los cuales tengo noticia, para concluir con una verdad tan dura como real: los rostros de la pobreza y la miseria son los mismos en cualquier país del mundo donde se mire, la única diferencia es el nombre que le damos. Aunque la pobreza, como expresión de la carencia de recursos económicos y medios básicos de subsistencia, era la consecuencia lógica y esperada como efecto residual del capitalismo iniciado hacia finales del siglo XVIII en Estados Unidos, nadie podía prever los efectos devastadores y la influencia que ejercería en otros ámbitos de la existencia humana, como tampoco podía predecir la extensión de sus efectos en el tiempo. Ahora, cuando hemos llegado al siglo XXI y paso a paso hemos ido avanzando por este turbulento momento histórico, nos damos cuenta que pobreza, la miseria y otros tantos males que aquejan endémicamente nuestra sociedad civilizada no son más que expresiones racionales del desequilibrio sobre el cual opera el actual sistema de intercambio de bienes y servicios. Nos preocupa el solo hecho de pensar en que esto sea verdad, pero nos aterra mucho más el saber que todos los males que ha causado el capitalismo salvaje solo pueden ser curados si se elimina definitivamente como sistema de intercambio de bienes y servicios. Cuando, a mediados del año 2010, Francia, Italia y España se atrevieron tímidamente a proponer la necesidad de “refundar el capitalismo”, los inversores privados y la banca internacional salieron al encuentro diciendo y exigiendo medidas de choque para frenar la aparición de una posible crisis financiera de gran magnitud, y lo lograron. Los mercados se callaron, las pérdidas se maquillaron y los bancos se aliaron para silenciar los posibles brotes de inconformismo y rebeldía de algunos pueblos que, de antemano, conocían lo que verdaderamente estaba sucediendo. Para quienes hemos seguido de cerca la evolución de estos procesos es claro que la solución va mucho más allá de una simple refundación del viejo sistema capitalista (ya lleva más de doscientos años de vigencia), y entra en el terreno de la creación de otra forma de intercambio de bienes y servicios, otro sistema en donde haya lugar para el ser humano en tanto ser humano. Esto es así, aun cuando pueda sonar a blasfemia en los “castos oídos” de los inversores y financistas que propugnan por mantener el statu quo de una sociedad que ya no aguanta más injusticias, más inequidad y más pobreza. La clase media, prácticamente, ha desaparecido en la mayoría de países, y con ella se desvanece la esperanza de elevar la calidad de vida del grueso de la población, pues de esta pujante clase media, el mayor porcentaje descendió a la pobreza y una muy pequeña minoría logró, en algunos casos a ultranza de la vida de los demás, escalar unos peldaños y situarse entre el puñado de familias ricas que actualmente pueblan los núcleos poderosos de países y regiones como Dubai, Hong Kong o New York. Las últimas décadas han sido particularmente desastrosas para la clase trabajadora y obrera de casi todos los países, puesto que las empresas, en contubernio con los gobiernos y el sistema judicial, han decidido disminuir los salarios, reducir la mano de obra y desplazar los centros productivos hacia países con abundante mano de obra y regularización flexible, (cuando no, inexistente), fenómenos que han terminado por desequilibrar la balanza de las sociedades. Si no hay producción, no hay cotización a la seguridad social; si no se cotiza, tampoco hay pensiones para los jubilados, pero, por otra parte, si no hay empleo no hay consumo, con lo cual se interrumpe la producción… ¡Es la serpiente que se muerde la cola! Es en este malestar social donde se vislumbran los rostros de la pobreza y la miseria. ¿Hacen falta más evidencias del pésimo estado del sistema de intercambio de bienes y servicios? Basta con observar los noticieros y analizar los documentales que diferentes ONGs vienen produciendo y divulgando desde hace varias décadas para darse cuenta de la imperiosa necesidad de volver la mirada hacia los rostros que presentan la pobreza y la miseria en todos los países. Como lo comentábamos arriba, estos rostros son similares en donde quiera que se los mire, diferenciándose solamente en los nombres que les otorgamos a las personas y a su condición de marginalidad. Desde México hasta la Patagonia, desde El Callao hasta Bahía, se repiten las mismas miradas de niños inocentes que han perdido la esperanza y la fe mientras sus pequeñas manitos se alejan de los libros y se ven forzadas a trabajar recogiendo basura, construyendo casas o limpiando los cristales de los coches en las grandes ciudades. Pero estas expresiones de tristeza y pobreza no distan mucho de aquellas que podemos encontrar en los suburbios de ciudades como Beijing (China), Hanói (Vietnam) o Manila (Filipinas), en donde una ONG francesa se encuentra trabajando en pro de los derechos de los llamados “Desheredados de Manila”. Estos son niños y niñas que viven apiñados en unos pocos metros cuadrados debajo de un puente y que trabajan recogiendo latas, material de reciclaje y comida caducada que tiran los supermercados cercanos. Estos “desheredados” comparten su miseria con otro grupo de jóvenes y niños que, a falta de una vivienda digna, malviven dentro de una tumba de un cementerio al sur de Filipinas y cuyo único sustento consiste en las monedas que les pagan por limpiar las tumbas y ayudar en los entierros. Dentro de este grupo se hallan varias madres y una chica embarazada de su sexto hijo. El panorama de tristeza y desolación se complementa con un grupo de familias que subsisten en condiciones infrahumanas en un vertedero de basuras, quizás el más grande del mundo conocido como “Smoked Mountain”, distante solo unos kilómetros del cementerio. Las escenas de niños, niñas, mujeres y hombres escarbando en la basura, nos recuerdan la misma situación en ciudades latinoamericanas como Bogotá, Cali, Medellín, Quito o Lima. Los rostros de la pobreza se tornan iguales a pesar de las aparentes diferencias raciales. La comida al medio día: Una simple ración de arroz en medio de olores pestilentes. Al anochecer se van camino a su chabola ubicada dentro del mismo vertedero. Solamente la ONG Francesa se aventura a atender a estos desheredados repartiendo un plato de comida, y a veces por cada dos personas, cuando ésta escasea. Frente a esta situación, cabe preguntarse: ¿Qué hacen los políticos de turno? En aras de mantener una imagen bonita que propicie el turismo, recoge (en redadas como las usadas para capturar delincuentes) a estos niños y niñas y los encierran en el RAC (Centro de Acogida); con dos raciones de arroz diarias, sin mantas ni colchones tienen que dormir en el suelo y sin atención médica. Recluidos sin esperanza y sin futuro. Claro es que como los ángeles protectores existen a pesar de los políticos, los abogados y los gobernantes, Erik Malonga, aun siendo abogado, eso sí, de oficio, es de las pocas personas que trabaja en pro de estos niños y trata de ayudarlos. La excusa del alcalde de Manila, Alfredo Lim, como militar de oficio, es que los pobres son delincuentes en potencia y necesita limpiar la ciudad para que vuelvan los turistas. Como sucede a menudo en estos casos, las medidas que se toman para paliar el problema suelen ser inadecuadas, insuficientes y, ante todo, arbitrarias, coercitivas e inhumanas, dando como resultado el surgimiento de otros problemas colaterales. Una de estas polémicas medidas fue disminuir la edad mínima de encarcelación de los jóvenes, la cual pasó de 15 a 9 hace dos años, lo que generó hacinamiento inhumano en las cárceles de menores, desencadenando otros males como el incremento de la morbilidad y de la mortalidad ante la carencia de un sistema de sanidad al interior de los penales. La situación en Filipinas no parece tener solución a corto plazo si se tiene en cuenta el profundo arraigo que tiene la iglesia católica al interior de las fuerzas militares y los gobernantes de turno, así como entre la población de a pie, iglesia que mantiene una fuerte oposición al aborto y a cualquier método de planificación familiar. Por lo tanto, para el 2020 se estima que Filipinas tendrá una población de 120 millones de personas, 80 millones de los cuales serán desheredados. Ya tenemos suficientes ejemplos de miseria y pobreza en Asia, Europa y África, no necesitamos repetir la historia en nuestra América Latina. Los rostros de niñas y niños desamparados, maltratados y mutilados tienen que desaparecer de esta joven tierra y ese es uno de nuestros deberes más apremiantes. Es necesario acabar con titulares como estos: “En España se arrojan a la basura 9 y media toneladas de comida al año (diciembre de 2012)” Mientras los desheredados no tienen un trozo de pan para alimentarse. Finalmente, os dejo una reflexión: Este mismo año, a comienzos de diciembre, los noticieros españoles hicieron gala de una noticia extraordinaria: “En un pueblo de Lugo, España, ha nacido una niña, la primera en los últimos 30 años. Desde ese tiempo no habían nacido niñas o niños en este pueblo”. Me pregunto qué relación tiene este nacimiento con los desheredados de Manila? Cada uno, personas, instituciones, países, regiones y culturas tienen que hacer su aporte para mejorar las condiciones de vida de nuestros niños y nuestras niñas, pues de ellos depende el futuro de este planeta y, con él, de nuestra América del Sur.