lunes, 9 de septiembre de 2013

Pasaje de Catamarca

América del Sur desde la China: Un paraíso por vivir
Paisaje de Catamarca
con mil distintos tonos de verde;
un pueblito aquí, otro más allá,
y un camino largo que baja y se pierde”
Paisaje de Catamarca (Polo Giménez)

Una inmensa llanura verde flanqueada por dos ríos que descienden de los Andes; planicie que alberga la vida en todas sus manifestaciones y en donde el sol de la tarde invita a echarse sobre el pasto y dejar volar la imaginación hacia un paraíso que, ciertamente, se encuentra muy cerca. Agua pura y abundante, aire limpio y generoso, tierras fértiles y hombres y mujeres  que la siembran y le cantan con orgullo… esto y mucho más es mi América del Sur. 
Desde la lejanía  y como expatriado me detengo ahora a contemplar la enorme distancia que separa la majestuosa Cordillera de los Andes del inmenso y monótono  Desierto de Gobi, el mismo que puedo observar desde mi ventana. Sus montañas áridas y sus planicies desérticas me hacen pensar en Arica (Chile) y en el sur de Bolivia, rodeados también de desierto. Similar constitución en sus arenas pero diversidad de vida pululando al interior. Esta mañana, mientras el tren marchaba pesadamente entre Lanzhou (Capital de la provincia de Gansu,) y la ciudad de Jinchang, ambas en la China, podía ver a lo lejos el majestuoso rio Amarillo que hace buen honor a su nombre, mientras mi imaginación volaba sobre la selva  Amazónica y casi podía distinguir las figuras plateadas de los delfines rosados de nuestro rio Amazonas recorriendo las inquietas aguas de este majestuoso símbolo de poder y riqueza; remembranzas de la profunda imagen que guarda mi memoria de la primera vez que observé en Leticia (Colombia) estos prodigios de la naturaleza. Los milagros se suceden en todos los rincones de nuestra geografía.
En medio de esta saudade por nuestra tierra Americana y en medio de este desierto de arena rojiza que llena el centro de la China, me detengo a escribir para resaltar los prodigios casi olvidados de una región que marcará de manera positiva el futuro del mundo entero.
Desde hace seis meses cuando llegué a Anqing (Provincia de Anhui, China) a trabajar como profesor de Inglés Oral puse en marcha un estricto plan para comprender la cultura de este milenario país y lo hice desde una estrategia bastante sencilla: “Dejarme sorprender por todo cuanto se encuentre a mi paso”; así las cosas, cada calle, esquina, comida, danza, paisaje o persona imprime una huella en mi cerebro para luego conformar un camino dentro de un plano amplio que me permita visualizar todo el conjunto de manifestaciones culturales que encierra este bello país. Seis meses en los que he podido constatar la magnificencia y antigüedad  de sus costumbres y que han puesto de manifiesto lo poco o nada que en occidente conocemos de la China. Es por eso que cuando desde la asombrosa Catamarca (Argentina) me invitan a escribir acerca de nuestra América no pude menos que sentirme congraciado con tal invitación al pensar que así como la China es una (a pesar de que en ella conviven pacíficamente 56 diferentes grupos étnicos, muchos de ellos con su propio idioma y muchos de estos idiomas con sus propias lenguas), así  mismo, nuestra América Latina es una, a pesar de los caudillismos, del bipartidismo enfermizo, de las transnacionales y de los falsos nacionalismos que promueven la división y el empobrecimiento de la mayoría.
A menudo mis estudiantes chinos me preguntan por mi país. Casi nunca sé exactamente qué responder, pues aunque nací en Colombia, soy residente Español en Madrid y he vivido algún tiempo en Alemania. Ante esta pregunta me doy cuenta de la universalidad del ser humano y pienso en un recorrido que para el año 1987 hiciera por  América del Sur en compañía de mi mejor amigo. Ecuador, Perú y Bolivia me dieron una cuota de “Americanidad” que no se borra de mi mente y que me ha permito dimensionar, -desde mi óptica de Profesional en Administración de Empresas, Profesor Universitario, Humanista consagrado y Teósofo por convicción- la problemática social y económica que viven nuestros pueblos hermanos de toda América Latina.
La pobreza que agobia a los mineros de Oruro y de Potosí en Bolivia, la miseria que reina entre los agricultores de la zona cafetera en Colombia y la inseguridad en las barriadas de Lima (Perú) y las Favelas de Rio de Janeiro, son solo algunas de las manifestaciones de la inequidad y el malestar de la sociedad capitalista que se empeña en perpetuar su nefasta influencia más allá del tiempo estimado como “normal” (aproximadamente 200 años). El crecimiento acelerado en el número de médicos y de abogados –decía cierto filósofo-, es signo inequívoco del malestar de una sociedad, y la nuestra no adolece de estas dos profesiones, a veces en profuso contubernio con los abogados, los gobernantes y la fuerza pública en general.
Los rostros de la pobreza y la miseria son siempre los mismos. Tal vez cambian los rasgos faciales, la forma de los ojos, el color de la piel o el nombre que reciban en diferentes idiomas, pero la esencia es la misma. Algunos de los pueblos antiguos de este maravilloso país oriental conviven en medio de durísimas condiciones económicas, sin escuela para sus hijos, sin techo para dormir y sin comida para llenar sus estómagos. Pero esta situación también la podemos hallar en pueblos y ciudades localizados entre la Guajira (Colombia) y Ushuaia (Argentina), a lo largo y ancho de la geografía Suramericana. Y entonces me surgen dos preguntas:
¿Cuáles son las causas de esta común situación?
¿Cuál es mi rol en todo esto?
Porque al lograr la comprensión de una condición  nefasta, es necesario tomar partido en ella, es decir, “significarse” y actuar en consecuencia; en tales circunstancias no es posible permanecer inmóvil, vegetando y, con el silencio, seguir siendo cómplice de la misma. Es en ese momento cuando la mente me lleva a “La Otra Catamarca” y me decido a escribir estas sencillas líneas como testimonio oriental  del trabajo de responsabilidad social que realizan esta y otras muchas asociaciones en toda América Latina. Porque no son realmente muchas las diferencias entre un indígena Wuayúu y un nativo de etnia Blang, en cambio sus necesidades son bien similares. En cualquier caso, si se trata de hallar diferencias siempre habrá quien lo haga y trate de justificar su existencia y su permanencia aun a costa de la propia vida. La visión de un expatriado siempre será la de añoranza por su país, su nación y todo cuanto ella significa para él, no obstante en mi caso se trata de un sentido de lejanía y añoranza por toda una región que aún no encuentra su futuro.
Más de quinientos años de disputas fratricidas han llevado a nuestros pueblos americanos a perder su identidad y su fe en casi todo. Gobernantes miserables, corruptos y mediocres que han hecho retroceder la esperanza, la armonía y la honradez han sido el sino que ha marcado durante muchos años el presente americano. La tendencia inexorable a repetir los mismos errores del pasado nos condena  a una vida de apuros, de dolor y de tristeza en donde los campesinos, los obreros y las mujeres son maltratados, empobrecidos y arrinconados hasta la saciedad. Gobernantes nacionales, regionales o locales cuyo único propósito es llenarse los bolsillos con los dineros que recortan a los ya menguados salarios de la clase trabajadora y que incrementan con una tabla de impuestos crecientes. Una clase media que está casi desparecida y en donde solo una minoría alcanzó sus sueños de mejora económica mientras que la gran mayoría descendió bajo el umbral de la pobreza. Todo esto sobre la base de una tierra rica, soberana y prodigiosa que solo espera el momento oportuno para alzarse de entre los escombros y asomar su divina cabeza para dirigir el mundo entero. ¿Un sueño? ¿Una quimera?... ¡No! Simplemente una realidad futura. Basta con observar detenidamente dónde están las verdaderas riquezas que hacen de una región un adalid de lucha, de esperanza y de valor. Agua abundante y limpia, aire cálido y puro, tierra fértil y generosa; especies animales únicas, reservas naturales incalculables; montañas, ríos, mares y selvas…todo ello es mi América del Sur.
Y como si lo anterior no fuera suficiente, América del Sur cuenta con otro recurso inigualable: sus gentes. Una diversidad étnica única en el mundo, en donde confluyen casi todas las razas con sus culturas, sus particularidades y también sus reservas. Todo un caleidoscopio reverberante que hace pensar en una sola manifestación, aquella presencia que el mundo está pidiendo a gritos. Una confluencia entorno a los valores humanitarios como la justicia, la equidad, la solidaridad o el bienestar común. Porque si las caras de la miseria, el dolor y el sufrimiento son las mismas en la China y en América del Sur, también son idénticas las necesidades humanas y las soluciones que desde diferentes asociaciones se vienen implementando desde hace varias décadas. Si la China con sus 56 diferentes grupos étnicos está unida luchando por su “Sueño Chino[1]” (aun con todas sus posibles contradicciones y dificultades, pues hay que tener en cuenta que no es fácil  gobernar para una nación que tiene más de 1.300 millones de habitantes),  ¿por qué América del Sur no encuentra aún su camino de progreso y desarrollo?
Echados sobre esa planicie verde entre las montañas de los Andes Americanos seguiremos soñando con entrar en nuestro paraíso, aquel que está allí mismo, al lado nuestro, debajo de nuestras espaldas y sobre nuestros ojos, pero que por esas contradicciones que acompañan desde sus primeros días a la raza humana, no se nos permite acceder a él. Desde el gigante asiático y con el corazón lleno de recuerdos me pregunto: ¿Cuándo nos daremos cuenta en América del Sur de los inmensos tesoros que tenemos y cuándo nos decidiremos a luchar por conservarlos? 
Por: José Eliecer Pérez
Jinchang, Provincia de Gansu, China
Agosto de 2013


[1] Cuando el Partido Comunista celebre su centenario (2021) será una sociedad modestamente acomodada, y cuando la República tenga cien años (2049) seremos un país próspero, fuerte, democrático, civilizado y armonioso. (...) Ése es el mayor de los sueños de la nación china. (Xi Jinping).

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